The Pale Blue Door, Santiago de Chile
Ocultos, efímeros, militantes del circuito under. Algunos hasta se dan el lujo de ser nómades: se construyen en pocos días y se desarman en apenas unas horas. En las grandes ciudades están en auge estos proyectos gastronómicos anticonvencionales. Se los llama Supper Clubs, Guerilla dining, y Underground, Pop- up o Secret restaurants. Las modalidades son tan variables como su forma: funcionan un día a la semana, durante un par de meses en la misma dirección y están aquellas versiones de cortísima vida, corporizadas en los hábitats más excéntricos. Una carpa de circo, el taller de un artista, un parking en desuso, el living de un departamento y hasta una casa abandonada. Cada uno, a su manera, propone experiencias irreverentes, irrepetibles, a prueba de espíritus conservadores. Su mejor publicidad es el boca a boca, una invitación posteada en Facebook, mensajes vía Twitter, o un mail invitando a los amigos y reenviado a los amigos de los amigos. La dirección es siempre secreta y se conocerá recién después de cumplir con una serie de pasos exigidos.
Pizzeria Paladar Hector, La Havana
Otro Paladar, de nombre desconocido, en La Havana
Restaurantes escondidos existen desde hace décadas. En París hace treinta años que Jim, expatriado norteamericano da de comer los domingos a desconocidos, en el living de su departamento del distrito 14. Durante los eternos años del appartheid, en el Soweto, ciudad satélite de Johannesburgo, se multiplicaron los restaurantes clandestinos en casas de familia. Vendían alcohol y comida y mantenían la estética hogareña para no despertar las sospechas de la policía. En este lado del Atlántico, Cuba presenta Los Paladares, su propia versión casera, ahora con la bendición del gobierno.
SEÑAS PARTICULARES
Son hijos de la recesión económica o bien nacieron para agitar el conservador mundillo gastronómico. Están destinados a un público ávido de nuevas propuestas, que suele pagar un precio recession-friendly por toda la experiencia. Las cocinas están dirigidas por chefs amateurs o por grandes maestros, funciona “off the record” y la mayoría carece de habilitación.
Foto Underground Restaurant, gentileza Ms. Marmite Lover
Entre los más famosos del mundo fichan el londinense Underground Restaurant de Ms. Marmite Lover quien abre las puertas de su casa para recibir a 26 comensales. También participan de la gran movida londinense, el Green Onion Supper Club, el Hidden Tea Room y el itinerante Rambling Restaurant que se arma todas las semanas en un enclave diferente: el depósito de un ferrocarril, una casa tomada o una playa de estacionamiento.
Flyer SubCulture Dining by the Dissident Chef, San Francisco
Mientras que en San Francisco, descolla el SubCulture Dining by the Dissident chef, una suerte de sociedad secreta de gourmands que operó en una variedad de lugares excéntricos, incluyendo una casilla rodante.
The Pale Blue Door dio un paso más largo cuando se convirtió en un restaurante vagabundo. Nació hace dos años en Londres, en la casa del artista Tony Hornecker, cruzó a Santiago de Chile y acaba de desembarcar en Buenos Aires. Diseñado por este escenógrafo inglés de buenas credenciales en el mundillo de la moda (trabajó para Stella Mc Cartney, las revistas ID y Vogue) abrió el fin de semana pasado en San Telmo y planea estar sólo unas noches hasta fines de mes.
The Pale Blue Door, Londres
Foto The Pale Blue Door,Santiago de Chile, gentileza Tony Hornecker
NOCHE PORTEÑA
Aunque ya hace un par de años que el fenómeno de restaurantes secretos llegó a Buenos Aires (Casa Félix en Chacarita, Almacén Secreto en Villa Crespo, Casa Salt Shaker en Barrio Norte, etc.) también experimentó tibiamente con su propio circuito de cenas itinerantes liderado por la organización apodada Las Noches Grimod.
Conocimos un par de estos emprendimientos a puertas cerradas pero la propuesta de conocer un restaurante vagabundo recién despertó nuestro interés cuando una amiga ibérica nos comentó de la llegada de The Pale Blue Door. Nos anotamos vía mail y allí fuimos la noche de su inauguración. Una experiencia más que inquietante, aquí narrada bajo dos voces. The Pale Blue Door, Buenos Aires
SEGÚN CECILIA
"Mi amiga Lucía, periodista epañola radicada en Buenos Aires, me llamó para consultar dónde podía alquilar vajilla "vintage" para un restaurant que estaría abierto solo por un mes.-“Un mes?”, le pregunté.
-“Sí”, me respondió, “es de mi amigo inglés Tony Hornecker. Hace dos años se embarcó en "The Pale Blue Door", un proyecto que surgió cuando se quedó sin, literalmente, una sola libra en su bolsillo y empezó a pensar como ganarse la vida, muy a lo British por supuesto. Tony –siguió diciendo- creó uno de los tantos restaurantes vagabundos que con cada vez con más frecuencia se ven en diferentes partes del mundo. Este restaurante itinerante se instala durante un mes en un lugar, prepara comida austera pero tiene una propuesta difícil de pasar inadvertida por su estética grunge/trash. Tony elige lugares de lo más raros, derruidos, inhóspitos pero súper divertidos”.
Me convenció. Fuimos a la carga el viernes a la noche, y sumamos a Marcela Naon, especialista en moda y retail de Wow Factor, sin saber dónde la invitábamos. El precio era $120 por persona “all inclusive”, que no sé si me pareció excesivo, pero preferí dejar de lado mis prejuicios y partir rumbo a la calle Carlos Calvo, en el corazón de San Telmo.
Raro, la puerta no existía. Por fuera se veía una casa del 1800, con todas las ventanas tapiadas con cemento y grafiteadas. Llamamos a un celular y nos indicaron que se entraba por un estacionamiento, oscuro, al lado de la casa. Un camino marcado sólo con velas "Ranchera" y de ahí en más nos dimos cuenta que era una de esas experiencias que no todos disfrutan pero que definitivamente al team WOW nos fascina!
No era un restaurant, no era una casa en pie, sino un lugar totalmente abandonado, una casona con gloriosas columnas, exteriores con dameros y habitaciones de techos altísimos que miraban a un patio interno. Me impactó la instalación, el lugar estaba intervenido, paredes pintadas, maderas que unían sogas y ruedas de bicicleta suspendidas a lo Duchamp, y una cuasi entrada, hecha con maderas de cajón de manzana y una luz celeste que iluminaba a la prefabricada “Pale Blue Door”.
El resto, fue toda una experiencia, desde el Drag Queen que nos recibió con un mega sombrero de símil leopardo hasta el simpático creador, Tony. La comida si bien no fue algo que recomendaría especialmente, constaba de una entrada con ensalada a la griega; principal de carne (a lo British y no muy well done, pero digna) con papas y una salsa de crema, vino blanco y tinto y un postre que no logro definir. ¿Eran duraznos con crema y crumble?
El show no fue sorprendente pero todo coincidía. El espacio, la comida, el lugar, la gente, todo muy alocado y definitivamente British (y, desde ya, no para todos). Me atrapó por lo diferente. No lo recomiendo para impresionables pero sí para gente que tiene una mirada cero prejuiciosa y muy estética, que le atrae lo "nuevo y poco usual".
SEGÚN MARIANA
Fui a la buena de dios, excitada con la propuesta, pero sin saber mucho de qué iba. Llegamos a las diez, media hora más tarde. Estacionamos justo frente a la dirección señalada: una casona tapiada, sin señales de vida.
Tres mujeres solas, una noche oscura, una casa abandonada, cero indicio de un restaurante secreto.
“¿Será una broma? ¿Nos equivocamos de calle y altura?”, seguí elucubrando. Cecilia llamó al teléfono del restaurante. Yo llamé a mi marido: “Si nos secuestran (¡Ja, que paranoia!), él sabrá dónde buscarnos”, pensé.
“Si nos pasa algo, estamos en Carlos Calvo al bla bla bla”, alcancé a decirle con un poco de vergüenza y corté en el preciso momento que nos abrieron el portón y vislumbré un oscurísimo playón de estacionamiento frente a nosotras. Desierto, obviamente.
Cristóbal, un chileno de unos treinta años, nos recibió con una sonrisa de oreja a oreja y nos condujo por las penumbras hasta dar con este insólito restaurante armado en una magnífica casona en ruinas. Segunda escena tranquilizadora: estaba lleno y la gente no mostraba signos de horror. No ví rostros familiares pero los pocos que descubría, tenían gestos placenteros. La gente comía y se divertía. Por fin me aflojé del todo. Y empezó el tiempo del disfrute.
Enseguida descubrimos a Tony, su creador que bandejeaba a la par de sus asistentes. Jean y zapatillas prolijas, cara aniñada, flaquito y amable, sin aires de grandeza y cero snobismo.
-“¿Cómo se te ocurrió armarlo?”, le pregunté.
-“Me estaba muriendo de hambre y no tenía para comer” me contestó.
-“¿Tu primer plato fueron papas y cebollas?, le retruqué con cierta ironía. No podía imaginar cómo financiaría su emprendimiento.
-“No”, me contestó en un inglés cerradísimo y entendí algo así como que había conseguido financiación.
Pasó de todo pero tampoco pasó nada extraordinario. Los platos de comida salían de una cocina improvisada en un cuarto derruido. El Drag Queen hizo su show tercermundista trepado a una tarima. Simpático. Dos parejas huyeron antes de probar el postre. Su mesa estaba pegada al “escenario”, sobre un enclenque andamio. “No es lo que imaginábamos”, nos dicen con una cara cruza de desilusión y espanto.
A la una emprendimos la retirada, casi todos al mismo tiempo. Se veían sonrisas de satisfacción y en otros, desconcierto. Nosotras, en cambio, disfrutamos de la experiencia. De la luz de las velas, de la escenografía surrealista, de la amabilidad de los organizadores. Pasamos por alto la incomodidad, los posibles riesgos de derrumbe y la comida. Y como Cecilia bien lo dijo, es una propuesta para pasar una noche diferente e irrepetible, dejando de lado los prejuicios y altas exigencias que le demandaríamos a cualquier otro restaurante.
Próximas fechas 18, 21, 25 y 28 de marzo a las 21.30. El menú ($120) incluye media botella de vino por persona. Previa reserva por e-mail se obtienen las coordenadas específicas de la casa en San Telmo. http://tonyhornecker.wordpress.com/
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